Conservar la tradición o cambiarla
Xaviel Vilareyo y Villamil
Según una determinada visión antropológica las tradiciones culturales como tales no existen como esenciales o absolutas pues en todo caso son siempre una invención construida y mantenida más o menos durante un determinado tiempo y en un espacio concreto y por lo tanto son fruto de unas coordenadas espacio-temporales que les dan vigencia.
En este sentido, la tradición de los desfiles de los tres Reyes Magos por las calles de las ciudades la noche del cinco de enero es ciertamente una realidad más que centenaria y por lo tanto catalogable como ejemplo de una verdadera tradición del ámbito hispánico. Sin embargo el origen de esta tradición cultural no es muy lejano si la comparamos con otras más antiguas como las de Semana Santa. Los desfiles de Reyes Magos son fruto de la cultura de la sociedad industrial y urbana, impulsada por los intereses del comercio y la industria productiva que promueve desde el siglo XIX el concepto del regalo como gesto de relación social.
El significado del “regalo” es en un principio aquellos bienes cuya propiedad se transmitía voluntariamente al rey como persona y de la que presumiblemente no se esperaba obtener nada a cambio que no fuera un gesto verbal o amistoso de gratitud, merced o buenos deseos y que no obligada en absoluto al monarca a contraprestar de ningún otro modo material. El que “regalaba” al rey sólo podía obtener a cambio “gratitud” (nada) pero en realidad sí obtenía algo más importante: prestigio.
Esta cultura del regalo fue cambiando hasta llegar a nuestros días donde se ve inmersa en la cultura del consumo en masa. El regalo ya no es un símbolo del prestigio sino que se ha convertido en un ingrediente más de lo festivo. El regalo forma parte de la fiesta y la fiesta genera los regalos. Cuantas más fiestas más regalos y cuantos más regalos más ventas.
En el desfile o cabalgata de los Reyes Magos la tradición establecía tres personajes masculinos disfrazados con ropajes majestuosos, uno llamado Melchor con peluca y barba blanca, otro Gaspar de peluca y barba oscura y un tercero Baltasar, pintada su cara de color negro y labios de carmín sin barba pero con un turbante coronando su cabeza.
Todos siendo niños o niñas en nuestra tradición cultural hemos asumido este ritual festivo como lo que nuestros propios ojos veían: una gran representación espectacular de la ilusión, de la imaginación, la fantasía y la leyenda, elementos todos muy atrayentes para el pensamiento infantil.
Todos los niños y niñas sabíamos que el tercer rey mago llevaba siempre la cara pintada de negro con corcho quemado o betún y los labios de rojo carmesí y que ésta era la norma tradicional. También por ello, la cara y labios brillantes de Baltasar hacían precisamente su presencia más simpática o atractiva frente a los otros reyes peludos pues lo asemejaba más a los personajes tan queridos con caras pintadas presentes en el circo o en la comedia.
Esta tradición centenaria va a sufrir un cambio de planteamiento como consecuencia del movimiento de masas que trae consigo la globalización. Así, parte de la población inmigrante de fenotipo negro empezó a protestar por el hecho de que en los desfiles del día de Reyes Magos, el tercer rey lo representara siempre una persona de fenotipo blanco pintada su cara de negro. Esta queja se convertía en una reivindicación de esta población inmigrante señalando que consideraban una “ofensa” o un “desprecio” el hecho de que un rey que la tradición señala era de fenotipo negro fuera representada por una persona de fenotipo blanco con la cara pintada o tiznada de negro. Lo que estos inmigrantes reclamaban era que si había que representar teatralmente un rey de fenotipo negro la persona elegida para tal tarea habría de ser necesariamente una persona verdaderamente de fenotipo negro y que ésta no estuviera en absoluto con su cara o labios maquillados o pintados de ningún color. En el trasfondo de la polémica laten no cabe duda los diferentes enfoques de pensamiento estructural entre la cultura europea y la africana y sus respectivas consideraciones sobre la etnicidad, el simbolismo y la representación.
La mentalidad cultural europeo-occidental tiene muy asumido que toda representación cultural es una ficción. Por ello cualquier persona de cualquier “raza”, fenotipo, ideología o religión (blanco, negro, cristiano, judío, musulmán…) puede representar simbólica o teatralmente a otra distinta y que ello si se hace de forma respetable no es considerado como una falta de respeto ni como una ofensa.
En el pensamiento cultural tradicional africano, sea éste musulmán o animista, no están tan asumidas las representaciones simbólicas de las personas, por lo que parece inconcebible que un negro represente a un blanco o un blanco a un negro a través de ningún mecanismo de ficción o representación simbólica ecuánime, esto es, que sea verdadera, justa y no peyorativa. Traducido a nuestra mentalidad europea sería algo parecido a que un hombre represente a una mujer o una mujer a un hombre: siempre habría hombres o mujeres que se sentirían “ofendidos” en cuanto representados (falsamente).
Pero en las representaciones festivas como la que tratamos, todos y todas, de hecho representan un papel que no les corresponde. No son reyes, no son pajes, no son hadas, no son animales pero hacen de ellos como juego de representación cultural y social.
Para cierta mentalidad tradicional africana es también inconcebible que un cristiano pueda representar físicamente a un musulmán, ni un musulmán a un cristiano porque no sólo ello sería visto como una falsedad sino también como una ofensa a lo representado. Lo mismo se aplica a los roles de género según la mentalidad africada tradicional en la que a un hombre le está prohibido realizar trabajos “de mujer” y a una mujer realizar trabajos “de hombre”.
El determinismo o esencialismo racial del pensamiento africano apela a la esencia de lo verdadero que obliga a que sólo los negros pueden representar la negritud, sólo los blancos pueden representar su fenotipo o sólo un cristiano, un judío o un musulmán puede representar a su religión ya que de otro modo ello sería visto como una transgresión que produciría rechazo o indignación.
Esta polémica ha surgido con mayor dosis de confrontación en Holanda, donde la tradición del desembarco del obispo San Nicolás procedente de España con un séquito de pajes negros para traer naranjas, granadas y regalos a los niños y niñas originó serias polémicas sobre la improcedencia de que fueran blancos con la cara pintada los que mantuvieran esa tradición de la negritud de los pajes de San Nicolás. La industria norteamericana de bebidas crea en el siglo XX a partir del mito holandés de San Nicolás y de otro mito inglés del Father Christmas la imagen actual de Santa Claus pero sin ningún tipo de pajes negros o blancos en su inexistente séquito.
Según la historiografía de la adoración de los Reyes Magos o astrónomos al recién nacido niño Jesús en Belén nada nos hace suponer que uno de esos reyes brujos o astrónomos fuera verdaderamente de fenotipo negro o africano. Los escritos hablan de tres reyes magos de oriente del río Jordán. La negritud de Baltasar es también otro constructo cultural de origen en el Renacimiento cuando los pintores empezaron a representar a los tres reyes no como tres reyes iguales que efectuaban tres regalos diferentes sino como tres reyes racialmente diferenciados cada uno de ellos representando metafóricamente a cada uno de los continentes entonces conocidos. Así, Melchor de cabello blanco representando a la vieja Europa, Gaspar de pelo más oscuro representaba a Asia y Baltasar representaría a toda África y por lo tanto se le pintaba como a un negro subsahariano. El simbolismo bajomedieval venía a enseñarnos así didácticamente la idea de que toda la realeza de los tres continentes, uno por cada rey, reconocía y adoraba como superior a ellos a la divinidad de Jesucristo, haciendo de la leyenda de los Reyes Magos un nuevo mito universalista muy del gusto de su época.
En conclusión, si queremos mantener la tradición de las escrituras y según la mentalidad europea occidental cualquier persona de cualquier raza o religión puede representar teatralmente en una celebración o desfile a cualquiera de los tres Reyes Magos. Si queremos mantener la tradición según la iconografía posterior al Renacimiento, un rey mago representaría a Europa, otro a Asia y otro a África. ¿Qué rey mago representaría entonces a América? ¿Puede San Nicolás o Santa Claus representar a América siendo también un mito europeo? Evidentemente sí, si se construye tal tradición y se decide que sea así.
En cambio si queremos mantener la tradición post-renacentista según el pensamiento esencialista y etnicista africano solamente un europeo racialmente blanco podría representar al rey Melchor, solamente un asiático de fenotipo asiático podría representar al rey Gaspar y solamente un africano de fenotipo verdaderamente africano podría representar al rey Baltasar. Otra solución definitiva al problema racial de los Reyes Magos sería suprimir toda tradición de fenotipos raciales y su asociación respectiva a continentes volviendo a la literalidad evangélica pre-renacentista de tres reyes iguales en fisonomía.
En este mundo globalizado y entrelazado resulta, como es comprobable, que parece muy difícil o arriesgado poder contentar a todos por lo que la solución al problema de los fenotipos, etnicidades y representaciones raciales o continentales alusivas al mito legendario de los Reyes Magos es más conveniente que cada uno se construya individualmente su propia tradición cultural personal para dar así respuesta a sus propias inquietudes, pensamientos e ideas.
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