martes, 2 de diciembre de 2014

Los olvidados de Luis Buñuel: el arte de provocar




Los olvidados de Luis Buñuel: el arte de provocar



Jesús Javier Vilareyo 



La antropología actual no cabe duda que comparte una visión positiva de la diversidad humana (somos diferentes y eso es bueno) con una justa crítica de la desigualdad material (muchos tienen poco y pocos tienen mucho y esto no es tan bueno). Ello es debido a que la antropología ha perdido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX su objeto tradicional de estudio que eran "los otros primitivos y alejados". La práctica desaparición de estos otros "primitivos" o su absorción y transformación por parte la sociedad global desarrollada ha motivado el llamado "giro epistemológico" de la antropología hacia nuevos objetos de estudio como eran y son tanto las comunidades campesinas tradicionales como las poblaciones marginales de las grandes urbes.

   Así, después de la II gran guerra empiezan a surgir estudios antropológicos sobre sociedades campesinas tradicionales existentes en países industrializados o desarrollados (España, Italia, México...) y al mismo tiempo empieza a surgir una nueva antropología urbana que analiza los fenómenos de inmigración, adaptación o supervivencia de grandes masas de poblaciones heterogéneas llegadas a las grandes urbes inmersas en procesos diversos de marginación, pobreza, inadaptación o exclusión social. Paralelamente a la disolución o mezcla entre lo tradicional y lo moderno surge una nueva visión que tiene en cuenta la escala local pero también la escala global en un mundo culturalmente interconectado.

   Ello ha convertido a los antropólogos y a su típica visión holista en practicantes de una disciplina ambigua donde lo más importante no es ya ofrecer análisis o interpretaciones sino más bien dar soluciones efectivas y prácticas a infinitos problemas y cuestiones humanas. Dos de los principales problemas a los que se enfrentan las comunidades y sociedades actuales de nuestro planeta son la pobreza y la violencia. Analizarlas e interpretarlas por todos y cada uno de los agentes culturales y sociales, antropólogos incluidos, es una imperiosa necesidad de nuestro tiempo, como mecanismo previo para poder ofrecer si acaso alguna solución o soluciones efectivas. No cabe duda que el primer paso para combatirlas es detectarlas.

   En 1950 el productor mexicano Óscar Dancigers, después del éxito comercial de El gran Calavera propuso a Luis Buñuel (Calanda, 1900 - México, 1983) que hiciera una película sobre los niños pobres mexicanos, pensando que sería tema de su agrado. Así Buñuel rodó en los arrabales de Ciudad de México la  película titulada Los olvidados, una de sus obras más aclamadas.

   Sus protagonistas son un grupo de adolescentes o "chicos de la calle" que se ven abocados por sus situaciones personales o familiares a una vida de delincuencia y violencia para vivir y sobrevivir. Si bien no cuenta con un gran guión la película resulta efectista y luce una fascinante frescura que la hace resaltar por su eterna contemporaneidad y modernidad.

   Escapado del correccional el malvado jovenzuelo Jaibo asesina a Julián por venganza y amenaza a Ojitos y a Pedro para que no lo delaten por sus delitos. Ojitos es un niño abandonado que vive al servicio de un mendigo ciego y Pedro tiene que trabajar ya que sufre el desamparo y desafecto de su propia madre. Acusado falsamente de robo, Pedro es ingresado en una granja-escuela de la que se escapa para no volver ya que es asesinado por Jaibo en un establo que perseguido por la policía muere por un disparo. Los dueños del establo al ver el cadáver de Pedro lo arrojan a un basurero.

   Muchos piensan que Los olvidados de Buñuel trata sobre la pobreza en Ciudad de México como la que pueda haber en tantas otras ciudades pero no es así. El verdadero protagonista aquí no es la pobreza sino la violencia, una violencia desconectada de toda causa o razón, una violencia cruel, absurda, incomprensible. En el caso del criminal Jaibo no sabemos exactamente sus antecedentes y la escena del apaleamiento y muerte de las gallinas por Pedro no es muy creíble. Así, el chico bueno de la película, Pedro, es el que sufre del desafecto de su madre y de su desestructuración familiar y el que finalmente muere víctima de la violencia juvenil. El niño tierno y cariñoso, Ojitos, es el que sufrió el abandono paterno y el que sufre también las amarguras del mendigo-ciego con el que convive. La mayoría de los diálogos de los adolescentes resultan forzados y absurdos y brillan por su ausencia las referencias sexuales o religiosas tan típicas de mundo buñueliano.

   Pero México no es España y nada más efectista para provocar que el hecho de que una madre mexicana no de pan a su hijito hambriento que encima viene de trabajar fuera porque ella no le tiene ningún cariño a su hijo.

   La película desde su estreno en México provocó la ira y rabia de todas las clases altas, medias y bajas mexicanas e incluso las críticas del mismo Partido Comunista mexicano. El novelista José Revueltas ya había sufrido también el acoso de los estalinistas mexicanos al publicar su novela Los días terrenales, también sobre los bajos fondos suburbanos mexicanos y Buñuel era consciente de este ambiente de purga cultural dentro de los comunistas mexicanos. El aragonés quiso también con Los olvidados burlarse con su ególatra socarronería del Partido Comunista de México, dándoles otra ración más de teoría buñueliana para recalcitrar sus resquemores mentales. De hecho Luis Buñuel nunca se llegó a integrar en la sociedad mexicana, él frecuentaba los ambientes europeos y españoles y siempre llevaba consigo en la cintura una pistola. Solía quejarse de que El ángel exterminador quiso rodarla en París o Londres y nunca en México. El hecho es que estrenada Los ovidados se pidió por todos los ámbitos la expulsión del aragonés de México por insultar a la imagen del país y sus gentes y la película, boicoteada, se retiró al poco de los cines. Es entonces cuando la intelectualidad francesa acude maternalmente en su socorro concediéndole en 1951 el premio a la Mejor Dirección en Cannes, calmándose desde entonces un poco los encendidos ánimos en México. Buñuel llegó a recibir ataques físicos por esta película.

   Aparentemente nos encontramos ante un cine social de denuncia de la marginación de las clases bajas y de la pobreza pero en el fondo no es así. En realidad estamos ante una fase más del surrealismo buñueliano tan repetido a lo largo de su filmografía: la ausencia de la figura del padre que origina disfunciones diversas, el niño que quiere besar a su madre y ésta no le deja y airada le agrede, la orfandad, la maldad y el crimen. El universo buñueliano se repite en su subconsciente. El ciego-mendigo añora a Porfirio Díaz porque antes había orden. ¿Todos los ciegos son amargados y malos?¿Realmente todos los huérfanos tienen que desarrollar instintos criminales? ¿Y un niño pobre? Evidentemente, no, ello sólo son fantasías o complejos personales de Buñuel pero las madres que no dan de comer a sus hijos son crueles. Las evidencias de Buñuel no dejan lugar a duda de que nos enfrentamos con esta película a un ejercicio de burla deliberada y de confusión de valores y creencias. Destacados críticos han calificado con acierto a Los olvidados como "cine de la crueldad", otra pasada más de cuchillo por los ojos de los espectadores.

   En realidad la película tiene su dosis de genialidad como otra muestra destacada del surrealismo cinematográfico ya iniciado en 1929 con Un perro andaluz. Los olvidados responde de lleno a las preocupaciones sociales del movimiento surrealista al que Buñuel accedió primero a través de la literatura. Los surrealistas tenían en común con comunistas y anarquistas que detestaban todos ellos la sociedad y pretendían cambiarla de raíz. El arma principal para hacerlo era el escándalo, fabricar un arte escandaloso que fuera una provocación para la clase dominante burguesa, es decir, para los ricos

   Los olvidados muestra así una verdad incómoda, la de la violencia en las ciudades, practicada tanto por niños, adolescentes o adultos sin contemplaciones, por arraigados o desarraigados, una verdad que todavía hoy podemos observar en los medios de comunicación casi a diario.

   El origen de esta violencia no es unívoco, a veces es culpa de la pobreza pero no siempre. No por ser pobre se es un desalmado criminal. Hay violencia y crimen en los partidos de fútbol, en las mafias de la droga o la prostitución, en las altas esferas, en las luchas de poder... en demasiados sitios. Los olvidados, nos recuerda en su crudeza a la novela Los hijos de Sánchez y a las conclusiones a las que llegó el antropólogo Óscar Lewis en sus tesis sobre la "cultura de la pobreza": que ésta era más difícil de erradicar que la propia pobreza.


   Los olvidados, como cine de la crueldad o de la violencia hay que contemplarla como contrapunto a otra película anterior: Las Hurdes, tierra sin pan (1933) pues esta cinta sí es un ejemplo de "cine de la pobreza" en concreto en una región española. En Tierra sin pan no hay violencia física, sólo hay pobreza, miseria y enfermedades, una pobreza inexplicable en una tierra fértil y pacífica. Sin embargo Buñuel quedó fascinado de que además de pobreza encontrara dignidad en la gente, inteligencia y apego extremo a una tierra. Una tierra y unos seres en el desamparo, en el difícil camino de muchos seres humanos hacia el sustento, el progreso y el bienestar. Pero Los olvidados  es otro mundo, es el mundo de la crueldad indigna, de la ignorancia gamberra, de la falta de respeto, de la violencia grotesca y del desapego maleducado a los valores humanos. Es por ello que Buñuel nos hace tragar otra taza y media de su sopa surrealista, indicándonos con su sabia socarronería que el problema principal de México no era la pobreza sino la violencia, esa violencia que aniquila sin remedio a todo y a todos.





1 comentario:

  1. en tu reseña se percibe tu sentimiento de superioridad, hay que vivir en México, ver y vivir lo que el director. Si, distintas son las películas que comparas, pero entre lineas solo se entienden las palabras con las que te refieres a un país. Que pena mi amigo! ahora me debes el tiempo que perdí leyendo tu blog. Eso si es cruel.

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