Los olvidados de Luis Buñuel: el arte
de provocar
Jesús Javier Vilareyo
La
antropología actual no cabe duda que comparte una visión positiva de la
diversidad humana (somos diferentes y eso es bueno) con una justa crítica de la
desigualdad material (muchos tienen poco y pocos tienen mucho y esto no es tan
bueno). Ello es debido a que la antropología ha perdido a lo largo de la
segunda mitad del siglo XX su objeto tradicional de estudio que eran "los
otros primitivos y alejados". La práctica desaparición de estos otros
"primitivos" o su absorción y transformación por parte la sociedad
global desarrollada ha motivado el llamado "giro epistemológico" de
la antropología hacia nuevos objetos de estudio como eran y son tanto las
comunidades campesinas tradicionales como las poblaciones marginales de las
grandes urbes.
Así, después de la II gran guerra empiezan a
surgir estudios antropológicos sobre sociedades campesinas tradicionales
existentes en países industrializados o desarrollados (España, Italia,
México...) y al mismo tiempo empieza a surgir una nueva antropología urbana que
analiza los fenómenos de inmigración, adaptación o supervivencia de grandes
masas de poblaciones heterogéneas llegadas a las grandes urbes inmersas en
procesos diversos de marginación, pobreza, inadaptación o exclusión social.
Paralelamente a la disolución o mezcla entre lo tradicional y lo moderno surge
una nueva visión que tiene en cuenta la escala local pero también la escala
global en un mundo culturalmente interconectado.
Ello ha convertido a los antropólogos y a su
típica visión holista en practicantes de una disciplina ambigua donde lo más
importante no es ya ofrecer análisis o interpretaciones sino más bien dar
soluciones efectivas y prácticas a infinitos problemas y cuestiones humanas. Dos
de los principales problemas a los que se enfrentan las comunidades y
sociedades actuales de nuestro planeta son la pobreza y la violencia.
Analizarlas e interpretarlas por todos y cada uno de los agentes culturales y
sociales, antropólogos incluidos, es una imperiosa necesidad de nuestro tiempo,
como mecanismo previo para poder ofrecer si acaso alguna solución o soluciones
efectivas. No cabe duda que el primer paso para combatirlas es detectarlas.
En 1950 el productor mexicano Óscar
Dancigers, después del éxito comercial de El
gran Calavera propuso a Luis Buñuel (Calanda, 1900 - México, 1983) que
hiciera una película sobre los niños pobres mexicanos, pensando que sería tema
de su agrado. Así Buñuel rodó en los arrabales de Ciudad de México la película titulada Los olvidados, una de sus obras más aclamadas.
Sus protagonistas son un grupo de
adolescentes o "chicos de la calle" que se ven abocados por sus
situaciones personales o familiares a una vida de delincuencia y violencia para
vivir y sobrevivir. Si bien no cuenta con un gran guión la película resulta
efectista y luce una fascinante frescura que la hace resaltar por su eterna
contemporaneidad y modernidad.
Escapado del correccional el malvado
jovenzuelo Jaibo asesina a Julián por venganza y amenaza a Ojitos y a Pedro para
que no lo delaten por sus delitos. Ojitos es un niño abandonado que vive al
servicio de un mendigo ciego y Pedro tiene que trabajar ya que sufre el
desamparo y desafecto de su propia madre. Acusado falsamente de robo, Pedro es
ingresado en una granja-escuela de la que se escapa para no volver ya que es
asesinado por Jaibo en un establo que perseguido por la policía muere por un
disparo. Los dueños del establo al ver el cadáver de Pedro lo arrojan a un
basurero.
Muchos piensan que Los olvidados de Buñuel
trata sobre la pobreza en Ciudad de México como la que pueda haber en tantas
otras ciudades pero no es así. El verdadero protagonista aquí no es la pobreza
sino la violencia, una violencia desconectada de toda causa o razón, una
violencia cruel, absurda, incomprensible. En el caso del criminal Jaibo no
sabemos exactamente sus antecedentes y la escena del apaleamiento y muerte de
las gallinas por Pedro no es muy creíble. Así, el chico bueno de la película,
Pedro, es el que sufre del desafecto de su madre y de su desestructuración
familiar y el que finalmente muere víctima de la violencia juvenil. El niño
tierno y cariñoso, Ojitos, es el que sufrió el abandono paterno y el que sufre
también las amarguras del mendigo-ciego con el que convive. La mayoría de los
diálogos de los adolescentes resultan forzados y absurdos y brillan por su
ausencia las referencias sexuales o religiosas tan típicas de mundo buñueliano.
Pero México no es España y nada más
efectista para provocar que el hecho de que una madre mexicana no de pan a su
hijito hambriento que encima viene de trabajar fuera porque ella no le tiene
ningún cariño a su hijo.
La película desde su estreno en México
provocó la ira y rabia de todas las clases altas, medias y bajas mexicanas e
incluso las críticas del mismo Partido Comunista mexicano. El novelista José
Revueltas ya había sufrido también el acoso de los estalinistas mexicanos al
publicar su novela Los días terrenales,
también sobre los bajos fondos suburbanos mexicanos y Buñuel era consciente de
este ambiente de purga cultural dentro de los comunistas mexicanos. El aragonés
quiso también con Los olvidados
burlarse con su ególatra socarronería del Partido Comunista de México, dándoles
otra ración más de teoría buñueliana para recalcitrar sus resquemores mentales.
De hecho Luis Buñuel nunca se llegó a integrar en la sociedad mexicana, él
frecuentaba los ambientes europeos y españoles y siempre llevaba consigo en la
cintura una pistola. Solía quejarse de que El
ángel exterminador quiso rodarla en París o Londres y nunca en México. El
hecho es que estrenada Los ovidados
se pidió por todos los ámbitos la expulsión del aragonés de México por insultar
a la imagen del país y sus gentes y la película, boicoteada, se retiró al poco
de los cines. Es entonces cuando la intelectualidad francesa acude maternalmente
en su socorro concediéndole en 1951 el premio a la Mejor Dirección en Cannes,
calmándose desde entonces un poco los encendidos ánimos en México. Buñuel llegó
a recibir ataques físicos por esta película.
Aparentemente nos encontramos ante un cine
social de denuncia de la marginación de las clases bajas y de la pobreza pero
en el fondo no es así. En realidad estamos ante una fase más del surrealismo
buñueliano tan repetido a lo largo de su filmografía: la ausencia de la figura
del padre que origina disfunciones diversas, el niño que quiere besar a su
madre y ésta no le deja y airada le agrede, la orfandad, la maldad y el crimen.
El universo buñueliano se repite en su subconsciente. El ciego-mendigo añora a
Porfirio Díaz porque antes había orden. ¿Todos los ciegos son amargados y
malos?¿Realmente todos los huérfanos tienen que desarrollar instintos
criminales? ¿Y un niño pobre? Evidentemente, no, ello sólo son fantasías o complejos
personales de Buñuel pero las madres que no dan de comer a sus hijos son crueles.
Las evidencias de Buñuel no dejan lugar a duda de que nos enfrentamos con esta
película a un ejercicio de burla deliberada y de confusión de valores y
creencias. Destacados críticos han calificado con acierto a Los olvidados como "cine de la
crueldad", otra pasada más de cuchillo por los ojos de los espectadores.
En realidad la película tiene su dosis de
genialidad como otra muestra destacada del surrealismo cinematográfico ya
iniciado en 1929 con Un perro andaluz.
Los olvidados responde de lleno a las
preocupaciones sociales del movimiento surrealista al que Buñuel accedió
primero a través de la literatura. Los surrealistas tenían en común con
comunistas y anarquistas que detestaban todos ellos la sociedad y pretendían
cambiarla de raíz. El arma principal para hacerlo era el escándalo, fabricar un
arte escandaloso que fuera una provocación para la clase dominante burguesa, es
decir, para los ricos
Los olvidados muestra así una verdad
incómoda, la de la violencia en las ciudades, practicada tanto por niños,
adolescentes o adultos sin contemplaciones, por arraigados o desarraigados, una
verdad que todavía hoy podemos observar en los medios de comunicación casi a diario.
El origen de esta violencia no es unívoco, a
veces es culpa de la pobreza pero no siempre. No por ser pobre se es un
desalmado criminal. Hay violencia y crimen en los partidos de fútbol, en las
mafias de la droga o la prostitución, en las altas esferas, en las luchas de
poder... en demasiados sitios. Los
olvidados, nos recuerda en su crudeza a la novela Los hijos de Sánchez y a las conclusiones a las que llegó el
antropólogo Óscar Lewis en sus tesis sobre la "cultura de la
pobreza": que ésta era más difícil de erradicar que la propia pobreza.
Los olvidados, como cine de la crueldad o de
la violencia hay que contemplarla como contrapunto a otra película anterior: Las Hurdes, tierra sin pan (1933) pues
esta cinta sí es un ejemplo de "cine de la pobreza" en concreto en
una región española. En Tierra sin pan
no hay violencia física, sólo hay pobreza, miseria y enfermedades, una pobreza
inexplicable en una tierra fértil y pacífica. Sin embargo Buñuel quedó
fascinado de que además de pobreza encontrara dignidad en la gente,
inteligencia y apego extremo a una tierra. Una tierra y unos seres en el
desamparo, en el difícil camino de muchos seres humanos hacia el sustento, el
progreso y el bienestar. Pero Los
olvidados es otro mundo, es el mundo
de la crueldad indigna, de la ignorancia gamberra, de la falta de respeto, de
la violencia grotesca y del desapego maleducado a los valores humanos. Es por
ello que Buñuel nos hace tragar otra taza y media de su sopa surrealista,
indicándonos con su sabia socarronería que el problema principal de México no
era la pobreza sino la violencia, esa violencia que aniquila sin remedio a todo
y a todos.
en tu reseña se percibe tu sentimiento de superioridad, hay que vivir en México, ver y vivir lo que el director. Si, distintas son las películas que comparas, pero entre lineas solo se entienden las palabras con las que te refieres a un país. Que pena mi amigo! ahora me debes el tiempo que perdí leyendo tu blog. Eso si es cruel.
ResponderEliminar